12 de septiembre de 2014

“Like a Girl”, ¿reflexionamos?

Hola, queridos lectores! Sé que pensabais que os había abandonado, pero creedme, eso no va a suceder. Vuelvo, con las pilas cargadas y lo hago con una reflexión: “Como una niña”.

¿Cuántas veces habéis escuchado esa frase peyorativa? Y lo peor, ¿Cuántas veces la habéis usado? O ¿Cuántas veces os la han dicho? Muchas, muchas y muchas, probablemente.
No soy psicóloga, no puedo hablar con exactitud, ni con los términos adecuados sobre lo que la repetición de una frase negativa puede causar en alguien. Pero lo que sí sé, es que las palabras acaban calando y que tendemos a creer o asimilar como verdaderas aquellas frases que nos enuncian con demasiada frecuencia. Si eso nos pasa a nosotros, adultos, ¿cómo imagináis que afecta a los niños?
Una vez más, me veo obligada a recurrir a la palabra “educación”. ¿Por qué? Sencillo, porque las palabras tienen la acepción que nosotros les damos. Nosotros, los adultos.
Seguro que sois muchos los que habéis visto el video del que estoy hablando, pero por si acaso, os lo dejo a continuación.



Vivimos en el siglo XXI, y a pesar de ello, nuestra sociedad sigue anclada en un sistema patrilineal, nos regimos por la ley del más fuerte y éste es inevitablemente el hombre. Las mujeres tenemos las de perder sí o sí: si somos fuertes, llenas de coraje y emprendedoras, somos unas “machotas” y si somos femeninas, llenas de sentimiento y asimilamos los gustos que “deben gustarnos”, somos sencillamente “mujeres”. Menuda paradoja, ¿no? Una no puede ser demasiado fuerte porque eso es “cosa de hombres”… ¿Quién dice qué cosas son de hombre y qué cosas son de mujer? ¿Quién dice que una mujer no pueda pegar tan fuerte como un hombre? ¿O sencillamente que por el hecho de tener menos fuerza física que determinados hombres sea incapaz de realizar determinadas cosas? Y, yendo más allá, aunque no pueda realizar determinadas tareas por carecer de la fuerza física necesaria, ¿quién dice que eso la convierta en débil?
Creo que es el momento de decir Basta. Creo que es el momento de empezar a considerar realmente a hombre y mujeres iguales. Que nuestras características físicas nos diferencien no significa que un genero sea el fuerte y el otro el débil. Curiosamente, y siguiendo el hilo de estos pensamientos hace un rato leía una especie de homenaje a esas mujeres, madres, trabajadoras, esclavas del hogar (lo siento pero eso de “ama de casa” no me vale, será muy dueña de la casa, pero es en realidad una esclava de las tareas domésticas). Esas mujeres que se levantan, preparan a los hijos (y a los maridos de paso), les llevan al colegio, corren al trabajo, vuelan a casa para preparar la comida y “arreglar la casa”; de nuevo corren al colegio, llevan a los niños a realizar sus actividades extraescolares o se sientan a hacer los deberes con ellos; preparan la cena y… ¿hola? Son heroínas, por supuesto. Pero me resulta tremendamente injusto. Y lo peor de todo es que encima esas mujeres son consideradas como parte del “sexo débil”. Si eso no es tener fuerza, que venga alguien y me explique qué lo es.
Son estas heroínas las que corrieron, pegaron, gritaron y lloraron como una niña, son ellas las menospreciadas. Son estas mujeres las que aún hoy se sienten o “deberían” sentirse inferiores a los hombres para estar dentro de lo políticamente correcto.
Basta. Empecemos por educar. Empecemos por explicar a nuestros hijos varones lo que realmente están diciendo con frases como: “como una niña”. Expliquemos a nuestras hijas lo absurdo de esos peyorativos. Hagamos entender a los adultos que usan estas palabras el verdadero significado que engloban. Estoy convencida de que con un gesto tan sencillo como este, el mundo podría cambiar muchísimo, porque pienso que el verdadero motivo de la desigualdad reside en la educación. Porque enseñamos cosas diferentes a los niños y a las niñas, porque les marcamos claramente sus diferencias físicas, porque determinamos su conducta cuando ellos aún no tienen una propia. Porque los hombres y mujeres de hoy fueron los niños y niñas de ayer, cuyos valores aprendieron, unos valores que no siempre tienen por qué ser transmitidos.
Y aunque yo no vaya a cambiar el mundo, espero que mis palabras hagan reflexionar a una sola persona, porque seguro que esa persona trasmitirá mis palabras a alguien y entonces, la cadena estará engrasada.

Respeto.
Igualdad.
Tolerancia.
Palabras que deberíamos enseñar más a menudo.

Un abrazo y hasta pronto.




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